. Todo viaje comienza en Malé, su capital, un enclave lleno de gente y actividad en sus mercados, mezquitas, su puerto de pescadores y del que zarpan las embarcaciones que conducen a algunos de sus atolones; otros se visitan en avionetas. Las más de mil islas que lo componen (no todas aceptan visitantes) están agrupadas en atolones rodeados por arrecifes coralinos, y con algunos de los fondos marinos más bellos del planeta. Los atolones de Ari y Kuramathi son los más espectaculares, cuyas islas pueden ser desde arenales tan pequeños –algunos con un único hotel– que se pueden bordear en un paseo de unos minutos, o más extensos y cubiertos de una tupida vegetación. En este destino se impone el relax, la contemplación, el buceo y el baño en playas de aguas transparentes con pececillos que se acercan a besar sus orillas.
Karine Upton
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